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Mónica Muñoz Jiménez

¿Somos más lo buenos… o los indiferentes?

Esta es la época en la que por todos los medios posibles se pregona la igualdad de derechos, la tolerancia, la libertad de expresión, el respeto a la diversidad, entre otros temas abordados por cuestiones políticas y no por una verdadera convicción por alcanzar paz entre la humanidad.




Y podemos comprobarlo fácilmente: en vez de respeto y cortesía enfrentamos la realidad de la llamada “jungla de asfalto”, esa figura retórica que indica que nos encontramos en un lugar inhóspito, hostil y donde no se siguen las reglas, descripción que retrata fielmente lo que está aconteciendo en nuestras ciudades.


Para muestra, cuento una anécdota: iba transitando por la calle de una colonia que suelo visitar para hacer algunas compras en las tienditas locales. Subo a mi coche para regresar a mi casa cuando veo que en sentido contrario viene una camioneta. Delante de mí ya había pasado un auto y el conductor le había permitido el paso. Yo seguí, creyendo que se orillaría y entraría en el hueco que dejaban dos autos estacionados de su lado derecho (algo que yo hubiera hecho, sin problema), para que yo pudiera pasar y dejar libre el acceso para él.


Lamentablemente, no fue esa la respuesta del hombre que venía al volante del vehículo: siguió avanzando y gritando que ya había dado el paso al otro, por lo que me hizo retroceder, mientras oía una sarta de palabras altisonantes proferidas en mi contra. Por supuesto, tuve que ir de reversa, y el coche que estaba detrás, también. El caos no acabó ahí, pues pretendía dar vuelta a la derecha, por donde venía otra mujer manejando. Ella sí se hizo de palabras con el sujeto, quien no se cansaba de agredirla. Y lo peor de todo es que venía acompañado de una señora, quien, avergonzada, se bajó de la camioneta por no soportar la excesiva ira de su acompañante.




Me pregunté en ese momento: si este señor se atreve a insultar en la calle a mujeres desconocidas, ¿qué no hará con las de su casa?

El episodio que acabo de narrar me hace pensar que nuestra sociedad está muy dañada, y para haber llegado a esto han sido muchas las instancias que se han dedicado a sembrar la discordia dentro de las familias, por mencionar algunas, quienes durante años han promovido el divorcio y la facilidad para logarlo, normalizando el hecho de desbaratar un hogar y volver a formar otro, lo que deja sumamente lastimados a los hijos, y de esto tienen mucha culpa los gobiernos, ya que lo han presentado como un derecho y no como una desgracia.


En teoría se habla de que “somos más los buenos” y en la práctica nos damos cuenta de que de nada sirve porque nadie se quiere comprometer para cambiar la situación en la que vivimos. La indiferencia, la apatía, el individualismo y la competencia por ser el que más aproveche todo lo que se le presente, se han adueñado de nuestro país. Nos creemos buenos porque decimos que no le hacemos daño a nadie, pero por ningún motivo hacemos un bien. Eso no es bondad, es conveniencia.


Pensemos que lo que le ocurre a las personas que viven cerca de nosotros, tarde o temprano nos afectará también, porque si permitimos que el mal avance sin siquiera levantar la voz para manifestar nuestra inconformidad, tácitamente estaremos permitiendo que nos perjudique a nosotros. Es como aquel que presencia un hecho ilícito y por no tener problemas no llama a la policía, pero sucede que, días después le toca a él sufrir la misma suerte de su vecino, recibiendo también la ayuda que él prestó cuando el afectado fue su prójimo: ninguna.

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Recordemos que todo lo que hagamos de bueno tendrá una recompensa, y lo mejor, las generaciones que vienen detrás de nosotros estarán aprendiendo a responder de la misma manera, por eso es importante actuar con coherencia, recordemos que los niños todo graban en su corazón, así es que lo ideal es que nos vean comportándonos de manera justa, equitativa, amable y solidaria. Pensemos también en que, si nos llegara la desgracia, nos gustaría encontrar empatía en los demás y recibir apoyo para solucionar pronto nuestro problema, por eso tratemos a los otros como nos gustaría ser tratados, de este modo estaremos sembrando actos buenos que darán como resultado frutos buenos. Que no se nos olvide.

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